domingo, 24 de agosto de 2008

CUANDO LA VIOLENCIA SE HACE ESCOLAR




Frente a los trágicos sucesos de violencia escolar, sobre todo cuando estos toman altos grados de virulencia, no sólo se despierta una enorme tristeza en nuestros corazones, sino también una inquietud y sobre todo una búsqueda desesperada de soluciones. Cuando la violencia se personifica en niños y/o adolescentes, cuando estos se provocan lesiones severas, cuando atacan a sus profesores, cuando utilizan armas y cuando son causa de muerte de uno de sus compañeros, nos encontramos ante un panorama desolador. Todas las voces se han alzado analizando a los diferentes actores sociales que producen esta violencia o que hipotéticamente la producen. Pero olvidan reflexionar en qué condiciones están colocados los niños y adolescentes, obligados a ir a horas de monotonía, encierro y sufrimientos, dentro de la escuela.

Se fomenta la falacia de que la educación en la escuela es el motor para superar desigualdades, cuando desde el vamos instala desigualdad: están los alumnos “sobresalientes”, los “normales” y los “retrasados”. Importarte detenerse en este último punto: los maestros y/o profesores, al calificar o tratar de menos capaces a sus alumnos por sus equivocaciones naturales o por la baja calificación en sus exámenes, pueden llegar a producirles un daño irremediable en la autoestima. Se coarta la socialización al separar a la población estudiantil por edades. La institución escolar es homogenizadora y exclutoria, el ritmo de las clases y los contenidos no se acomodan a los deseos ni al tiempo de aprendizaje de cada uno de los alumnos, sino que se atienen a lo que dice el programa y se aplica a todos por igual sin excepciones. Ni siquiera se considera el estado emocional de los educandos y por consecuencia se deja de lado a los que no se adecuan a ese ritmo. Sobre todo tengamos presente que muchas escuelas expulsan a los estudiantes que repiten de año. El encierro dentro de los muros y rejas de dicha institución es una de las más tempranas experiencias de los niños con la jerarquía, deben obedecer ciegamente al maestro o serán castigados. Se los corrige y mortifica continuamente limitando su poder de decisión y no posibilitándoles desarrollar un pensamiento crítico, condicionándolos a la hora de desenvolverse en forma autónoma. Este tipo de maltrato mutila la capacidad de aprendizaje para crear dependencia hacia a las instituciones y la tecnocracia. Además, los chicos se encuentran sometidos a la presión de exámenes que no son otra cosa que crueles interrogatorios. Con una concepción reduccionista, a los que no se amoldan a este tipo de rutina reglamentaria como forma de control, se les diagnostica ADD ( Trastorno por Déficit de Atención). Lo que sigue es una peligrosa medicación, lo más común es que les receten ritalina. Las insolencias, la mala voluntad, la pereza y rebeldías son efectos de ese régimen de represión al que se cree indispensable someterlos para su prepararación para la vida.

Se entiende por educación al proceso directivo mediante el cual se brinda instrucción y también se impregnan valores y formas de actuar con el fin de integrar al educando a la sociedad. Por ese motivo es interesante plantearse quién educa y para qué. Es simplemente preguntarse si se educa con respecto a la necesidad del alumno y/o de la comunidad, o a los intereses del Estado y el Capital.

Desplazando a la familia, el Estado es el que se otorga la potestad indelegable de educar a todos los habitantes de la región. Las escuelas privadas también están sujetas a su autorización, reconocimiento y supervisión. El Estado se toma el atrevimiento de decidir el tipo de vida que van a llevar en adelante los chicos al lavarles el cerebro con la falsa dicotomía entre civismo o totalitarismo. El Estado no tiene ni la capacidad ni el derecho de educar a nuestros hijos.

Es necesario comprender la estrecha y compleja interdependencia que existe entre la maquinaria escolar y la forma de producción de nuestra sociedad. La forma de producción es obviamente capitalista y su protector es el Estado. Por lo que el gobierno entonces se dedica a educar según los paradigmas sociales que nos rigen: para la dependencia, la competitividad y la división del trabajo. El capitalismo es el orden económico que se basa en la propiedad privada. Es decir que la titularidad de los medios de producción pertenece a los capitalistas que se nutren del trabajo asalariado. Aunque la riqueza social es fruto de la labor cooperativa de los trabajadores, queda en manos de los capitalistas por ser estos los poseedores de los medios de producción. Todo aquel que se levante contra este injusto sistema de reparto es reprimido atrozmente. La supuesta paz social que nos brinda el Estado está forjada por el terror infundido por las armas de la policía y el ejército. No existe entonces paz social. Lo que se toma como tal es un sistema de dominación social. El Estado se sirve de la violencia para mantener un sistema económico basado en la exclusión. Se requieren ciudadanos, es decir personas que acepten su posición de desventaja. Por ese motivo el Estado necesita adoctrinar y la maquinaria escolar es uno de sus instrumentos más efectivos. Por medio de perversas técnicas pedagógicas se logran reproducir relaciones sociales de sometimiento. ¿Por qué por ejemplo, para dar un caso, es común llamar a asesinos y genocidas con el título de próceres argentinos? Los contenidos del programa escolar legitiman a la autoridad, a las instituciones estatales, el robo ( la propiedad privada) para justificar la explotación y el privilegio.

Se podrán citar muchas opiniones sobre la escuela, como también comentar una multiplicidad de experiencias pedagógicas tanto de educados y educadores. Pero me limitaré, al menos en este artículo, a refutar los planteos de quienes aspiran a un cambio social y ven en la escuela el espacio ideal para esa tarea. Dedicaré estas líneas a aquellos que ingresan en la maquinaria escolar con la clara ambición de desarrollar métodos antiautoritarios o convencidos de la “bondad” del sistema. Por lo que deseo remarcar que el mero hecho de que el docente entre al aula -lamentablemente tan parecida a la palabra jaula- y trasmita un mensaje pedagógico dictado por el programa (aunque sea mínimamente) lo posiciona ejerciendo un poder vertical (educador-educando). Por más flexible que se intente ser, no se puede evadir del programa del Ministerio de Educación. El sistema lo empuja inevitablemente a participar de un proceso de reproducción de relaciones que garantiza la continuidad de la explotación capitalista.
De este modo no deberíamos seguir confiando a la escuela la educación de nuestros hijos, ella no va poder resolver el conflicto que nos aqueja porque ella es la verdadera causa de la violencia. La Escuela obliga, no escucha, aburre, somete, castiga, en definitiva la escuela violenta siempre. Impide el desarrollo del apoyo mutuo al potenciar una mentalidad competitiva, por consiguiente se consigue, entre otros resultados, un caldo de cultivo favorable a la humillación entre iguales y una predisposición a las bromas pesadas. De tal manera la escuela termina estimulando la agresión. No olvidemos el caso de Javier Romero, hostigado por sus compañeros que lo comparaban con un personaje desgarbado y solitario de la animación de Manuel García Ferré: Pan Triste. El 4 de agosto del 2000, Romero, advirtiendo “me voy a hacer respetar” disparó a más de una docena de alumnos frente a su escuela, la Media Nº 9 de Rafael Calzada, mató a un compañero e hirió a otro.

En la institución escolar se aprende poco en lo que se refiere al “conocimiento”, porque es un centro de coerción. Los que fallan no son los chicos quienes por cierto han demostrado una enorme destreza en la operación de las nuevas tecnologías (informática, videojuegos, telefonía celular), una impresionante capacidad de auto-didactismo producto de su curiosidad innata. Lo que se requiere es entender que ninguna metodología de aprendizaje real podría funcionar en un espacio opresivo. ¿Acaso no es la institución escolar la pesadilla diaria de muchísimos niños y adolescentes?

El Estado no va a intentar reemplazar a la escuela porque pese a todo ésta sigue funcionando acorde a su propósito: mantener la fortaleza de la estructura productiva. Para cualquier empleo se precisan sujetos con capacidad de soportar el aburrimiento y con obediencia a la autoridad. Pero el Estado también necesita la desocupación, para quitarles fuerza a los movimientos de los trabajadores y controlarlos . Por ende para perpetuar la sociedad en que vivimos se requiere seguir formando gente sumisa que se contente con un salario o con un subsidio de desocupado. Después de nuestro análisis podemos concluir que si en vez de luchar por su abolición intentamos una reforma al sistema educativo, sólo terminaríamos favoreciendo al Capital.

Ante una institución que amenaza con estallar, ¿no es hora de que empecemos a considerar alguna alternativa de enseñanza?

miércoles, 13 de agosto de 2008

martes, 5 de agosto de 2008